«No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”, y gracias a esta frase de Séneca es lo que traduce para mí, los conceptos slow fashion y fast fashion:
entre menos deseemos, más disfrutaremos lo que tenemos.
Parece que habláramos de términos muy modernos, pero el mundo lleva hablando de sostenibilidad desde finales de los años 60;
esto no es ninguna novedad, sino la huella que llevamos acarreando y construyendo a pasos agigantados desde el inicio de la
industrialización, que hasta hoy se manifiesta en cambios climatológicos extremos, deforestación, especies a punto de
desaparecer, etc.
Podría quedarme horas escribiendo sobre todos los impactos negativos que implica satisfacer ese gran deseo de tener lo último,
creyendo con una fe intacta que eso reducirá el gran vacío que llevamos por dentro.
Pero lo paradójico es que, cuando ponemos nuestros esfuerzos en una acción como el trabajo, queremos y deseamos que todas las
personas implicadas en nuestro entorno valoren de manera precisa nuestros esfuerzos.
Buscamos que nuestros actos se traduzcan en un buen salario y en tener excelentes beneficios para nuestra familia, como un servicio
de salud, prestaciones y ahorro pensional para tener una vejez digna, etc. Y te preguntarás ¿qué tiene que ver todo esto con la moda?
Muchísimo, y no solo con la moda, sino con cualquier actividad que emplee a una persona.
Cuando ahondamos en la industria textil y observamos el fast fashion, hablamos de un modelo más extendido de producción de moda
basado en la creación de prendas de temporada de manera masiva, rápida y barata.

Detrás de una prenda hay una cadena de suministro larga, es decir, muchas personas detrás, de las cuales la mayoría son
mujeres y, desafortunadamente, ellas NO tienen el derecho a que su labor sea reconocida de forma digna como el ideal que describí
anteriormente.
Cuando creemos que hemos encontrado una “ganga” les afirmo que es una triste mentira. Puede que en ese momento no
paguemos el precio justo, pero otros sí lo pagan, viviéndolo con la desigualdad y escasez de oportunidades a las que no
tienen acceso. ¡Hay que desencadenar! Preguntarse quién hizo la ropa, ¿es colombiana?, ¿es un emprendimiento?,
¿Cómo se recicla y reutiliza?, ¿de qué está hecho?. Todo lo que en potencia existe necesita ser
ideado, construido, prototipado e implementado con un sinfín de recursos naturales que el hombre ya no tiene a disposición.
Detrás de cada prenda u objeto hay una historia que DEBE desencadenar e impactar de manera significativa y positiva en
nuestro entorno.
Para que nos hagamos una idea; se estima que de media utilizamos tan solo siete veces la misma prenda.
Quédate con esto ¿Cuántas prendas tienes en tu armario?
Y saca cuentas… ¡Auch!
Hay mucho por compartir y reeducarnos sobre la importancia de entender que nada es gratuito, que todo tiene un costo y que
cada acción nuestra de alguna forma u otra repercute en la sociedad y el ambiente. Sin ir muy lejos, en nuestros propios seres
queridos ¡ya lo estamos pagando, créanme!
Es por esto que el momento del cambio ha llegado, y personas como Kate Fletcher, profesora de sostenibilidad, diseño y moda en la Universidad de las Artes de Londres, acuñó el término slow fashion para agrupar todas aquellas acciones destinadas a contrarrestar los
efectos de la segunda industria más contaminante del mundo, como lo es la moda, y buscar un equilibrio entre moda, sostenibilidad y
comercio justo.
Aunque en un principio slow fashion hacía referencia principalmente a las prendas confeccionadas a mano, actualmente su filosofía
va mucho más allá, basándose en reeducar a las personas para que hagan compras de valor con mayor conocimiento, éticas y
respetuosas con el medio ambiente, los recursos naturales y las personas.

Para conseguirlo necesitamos pensar distinto, siempre cuestionándonos que todo lo que hagamos no repercuta de manera negativa
en lo que nos permite estar vivos; tenemos que cuidar y gestionar mejor los pocos recursos que quedan.
¿Qué será de nosotros sin agua, sin aire? Pff… no lo quiero ni suponer, ¡piénsalo! Difícil, ¿verdad?
Por lo menos todavía tenemos la opción de escoger y hacer las cosas menos mal. Activemos la creatividad, despertemos nuestro ingenio recursivo y apoyemos proyectos como Velasco de Gayo, que es para atesorar.
Recuerda, no necesitamos más ropa.
Necesitamos personas, marcas y productos que hagan parte de la cultura del diseño regenerativo.
Con cariño, Johanna Niño, fundadora de Dos rediseño textil consciente.

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